CENTRO CULTURAL SAN FRANCISCO SOLANO
CENTRO CULTURAL SAN FRANCISCO SOLANO. Argelia.Politica exterior
ARGELIA . POLITICA EXTERIOR

 ARGELIA . POLITICA EXTERIOR

Para el sistema de poder, la continuidad de Buteflika es un seguro contra el riesgo de ruptura brutal del consenso actual.

El sistema de poder argelino parece haber valorado el riesgo de una presidencia vitalicia de Abdelaziz Buteflika como un riesgo controlado y decidió apoyar el proyecto del entorno del presidente, enfermo y ausente de la vida pública, de solicitar un quinto mandato en abril de 2019. Esa es, desde luego, la imagen que daba la esfera pública argelina del verano de 2018, marcada por la puesta en marcha de una campaña por “la continuidad” al frente del Estado. De hecho, no puede descartarse que nos hallemos ante una decisión por mimetismo, e incluso por defecto. Es decir, en una situación cuyo riesgo no se ha evaluado bien, y donde el efecto de inercia de una “continuidad política” ha jugado un papel determinante, sin tener en cuenta los posibles escenarios que ésta puede implicar. Lo que induce a pensar que la decisión se ha tomado sin deliberaciones serias sobre la viabilidad de “la continuidad” es el curso del cuarto mandato, calificado de antemano de caótico por numerosos observadores, y que está a punto de concluir –seis meses–, con un balance de salvaguarda “aceptable” del statu quo argelino. Desde el punto de vista de la agenda del sistema de poder político, la descabellada apuesta por el cuarto mandato en abril de 2014 –con un jefe de Estado físicamente discapacitado– acabó saliendo ganadora. El mimetismo consistiría, por consiguiente, en reconducir la misma maniobra oportunista para un nuevo mandato, siempre que la coyuntura del país no haya desmentido la sostenibilidad de dicha apuesta. Esta opción por la “continuidad” paraliza a la sociedad argelina políticamente desarmada. Preocupa a los socios extranjeros, prudentes diplomáticamente. Angela Merkel volvió a Argel a mediados de septiembre 2018. No obstante, sigue “tranquilamente” moviéndose por un océano de dudas y frustraciones.

 

Venezuela, un argumento providencial para el balance

Quienes vaticinaron el hundimiento de Argelia basándose en el modelo de Venezuela han hecho el ridículo”, repite incansablemente el responsable del grupo parlamentario del Frente de Liberación Nacional (FLN, principal partido de la mayoría presidencial) a quienes critican la decadencia de la gobernanza argelina de los últimos años, al faltar liderazgo político. A finales de verano de 2018, el proyecto de un quinto mandato presidencial de Buteflika se apoya principalmente en ese activo. La caída de los precios del petróleo en junio de 2014, que se prolongó tres años hasta que los precios se recuperarán parcialmente, no abatió al país. Todo el mundo recuerda que ese fue el caso entre 1985 y 1988, con el histórico derrumbe de los precios del crudo. Las revueltas populares de octubre 1988 abrieron entonces una nueva etapa política, con una transición democrática –una Primavera Árabe adelantada–, antes de que la crisis económica diera una recompensa electoral a los islamistas radicales, que provocaría el fracaso del proceso. Argelia entró en suspensión de pagos en 1994 y el Fondo Monetario Internacional (FMI) le impuso un drástico plan de ajuste de tres años, mientras una guerra civil asolaba el país tras la insurrección armada de un sector de la corriente salafista. En el episodio de los años 2014-2018 no hubo nada de eso. Los partidarios de un quinto mandato presidencial invitan a sus conciudadanos a hacer balance de los años Buteflika e insisten en el crecimiento, la estabilidad y la seguridad que ha garantizado la gestión de su candidato, unos aspectos inmunes a la caída de los precios del petróleo. Al contrario que Venezuela. Esta resiliencia relativa al descenso de los ingresos externos fue esencialmente fruto de una política de ahorro interno (superávit presupuestarios acumulados) y externo (reservas de divisas que ascendían a 197.000 millones de dólares a mediados de 2014). Posteriormente, la primera reserva desaparecería y cerca de la mitad de la segunda se esfumaría. Aun así, el desempleo no se disparó (como en 1987) y las tensiones inflacionistas permanecieron bajo control, gracias a la preservación de importantes prestaciones sociales.

“La idea” de la continuidad al frente del Estado se alimenta directamente de esta fuente. Los años de Buteflika arrojan un balance económico y social positivo, incluso con un presidente enfermo y ausente desde que sufrió un derrame cerebral en abril de 2013. Entonces, ¿por qué “arriesgarse” al cambio?

Hay que señalar que la definición del “Gran Plan” político atribuida por el núcleo del sistema de poder argelino a una presidencia Buteflika, transformada en presidencia perpetua, ha ido evolucionando desde 1999, año de su entronización. Ha perdido grandilocuencia. Al principio se trataba de devolver la paz y la confianza a un país dividido por ocho años de violencias políticas extremas. A partir de 2005 (segundo mandato), y con el aumento de los ingresos argelinos procedentes del sector energético –hasta 78.000 millones dólares en 2008–, el discurso oficial se impregnó de la ambición de salir a flote por medio del desarrollo económico. A partir de 2014, en el cuarto mandato presidencial, el “gran proyecto”, expresado de forma difusa, es “limitar los daños” derivados de la caída de los ingresos externos (36.000 millones de dólares en 2015). La gobernanza basada en la austeridad medida sustituyó discretamente el “Gran Plan” político de una recuperación de gran calado por la vía de la emergencia económica. Los anhelos se adecuaron al estado de salud físico del liderazgo. Se expresan a corto plazo. En el umbral de una candidatura para un nuevo mandato que acabará de encallar la vida política, “el principal punto flaco en el seno del poder político argelino es no contar ya con ningún nuevo contrato de futuro que proponer a los argelinos, más allá del de la estabilidad y la seguridad”, explica uno de los impulsores del movimiento de oposición ciudadano Muwatana. Es cierto. Pero, podría bastar para arrancar en 2019, sin mayores dificultades, esta nueva etapa de la “continuidad”, en forma de una presidencia de por vida, con un gobernante enfermo y ausente.

 

¿Y quién valora el riesgo de no cambiar?

La historia política de la Argelia independiente señala que los cambios pacíficos de presidentes de la República, que casi siempre han interrumpido trayectorias de presidencia vitalicia, solo se dan en circunstancias extremas. El presidente Chadli Benyedid dimitió tras el impasse derivado de la victoria del Frente Islámico de Salvación (FIS, islamista radical) en las legislativas del 27 de diciembre de 1991. El presidente Liamin Zerual, que se opuso a la alta jerarquía del ejército por el tipo de acuerdo que se debía suscribir con la guerrilla islamista, decidió, en septiembre de 1998, no terminar su primer mandato, y abrió paso al reinado actual de Buteflika. En los dos casos, los desafíos determinan de forma neurálgica la suerte del país. También en ambos, una pequeña red de responsables que encarnan a la alta jerarquía del ejército argelino, en activo o retirados recientemente con poder de influencia, evalúa en cónclave la situación. En estas circunstancias, el riesgo de no cambiar parece superar al de cambiar la cúpula del sistema. La marcha del presidente no se provoca directamente. Se sugiere, se busca. Sin el apoyo del ejército, el presidente en ejercicio deja de insistir. Sobre todo si hablamos de militares, como en el caso de Benyedid y de Zerual, y cuando la opción de dejar el cargo es ya su decisión personal como solución al estancamiento.

En la Argelia de este verano de 2018, la situación es la siguiente: no hay situaciones políticas extremas, el sistema ya no alberga ningún espacio donde valorar el riesgo de no cambiar, y la voluntad presidencial es contraria a abandonar para resolver un impasse institucional flagrante. El presidente quiere seguir en el cargo. La postura política en el seno del sistema de poder consiste, por consiguiente, en considerar que, en ausencia de situaciones extremas y de intención de renuncia del gobernante actual, no hace falta reconstruir un espacio de deliberación sobre el riesgo de no cambiar la cabeza del Estado. Así que el régimen está del todo atrapado por una fuerza inercial que lleva a “reconducir” a Buteflika a la presidencia, con su incapacidad física permanente de dirigir y de representar el país como establece el texto constitucional. El combustible “programático” de esta fuerza inercial es “la estabilidad y sus aspectos tranquilizadores para los argelinos”. Por otro lado, las presiones de parte de la oposición política para que el ejército argelino (ANP) asuma sus responsabilidades e invite al presidente a respetar la Constitución con su imposibilidad de ser candidato, no gozan de la “la conjunción planetaria” propicia para hacerse oír. El jefe de Estado Mayor del ANP, el general Ahmed Gaid Salah, que ocupa el cargo desde 2004, recordó a finales de julio que “el ejército argelino solo obedecía a las orientaciones del presidente de la República”, en respuesta a una invitación a tener en cuenta los intereses del país, superiores a los de la perpetuación en el poder. El hombre fuerte del ANP ya apoyó sustancialmente el cuarto mandato presidencial en un momento clave de otoño de 2013, cuando la convalecencia de Buteflika tras el derrame cerebral no se prestaba a apostar por que renovara su candidatura.

La alta jerarquía del ANP tiene otros planes. Quiere seguir siendo la institución que decida quién será el próximo candidato oficial tras la era Buteflika. EL ANP no se plantea las consecuencias de seguir con la presidencia vitalicia de Buteflika, sino la gestión del vacío de poder que puede darse en cualquier momento, teniendo en cuenta el estado de salud tan precario del jefe de Estado. En eso coincide, además, un gran número de observadores a la hora de explicar los muchos cambios que ha experimentado la cúpula del aparato de seguridad argelino durante la primavera-verano de 2018 (policía, gendarmería, regiones militares, etc.). Frente al ANP, sostén decisivo de los presidentes argelinos incluso tras la llegada del pluralismo en 1989, una oligarquía empresarial ascendente se posiciona para influir en la sucesión de Buteflika. En la actualidad su voz llega por medio del Foro de Empresarios (FCE), que ya ha propuesto al presidente volverse a presentar en abril de 2019. Por primera vez desde la independencia, el ANP debería, junto con el FCE y el sector empresarial, velar por su poder “soberano”, hasta el momento de proponer al electorado al candidato adecuado para preservar el sistema que dirige el destino de Argelia desde hace 57 años.

 

La ‘Primavera Árabe’, perturbadora de ondas

Es raro identificar de antemano por completo los elementos que llevan a una ruptura de las circunstancias políticas consideradas “estables” de un país. Los socios del Túnez de Zine el Abidine ben Ali lo saben muy bien. En un contexto autocrático, la “estabilidad” puede desembocar sin previo aviso en sublevación popular. Argelia ha celebrado el 5 de octubre el 30º aniversario de las revueltas populares de 1988 que cambiaron la historia política del país, al poner fin al sistema de partido único. La percepción dominante es que en los próximos meses hay poco “riesgo” de vivir nuevas rebeliones de esa envergadura. El deterioro de la situación social es lento, aunque los tres gobiernos que se han sucedido desde 2015 no logren detenerlo. Los argelinos tienen tiempo de adaptarse a la pérdida de poder adquisitivo que la devaluación del dinar y la subida de numerosos impuestos proyectan en su vida. Sin embargo, la convicción dominante es que seguirán resignándose a la continuación de Buteflika como un mal menor, habida cuenta de la evolución caótica de la Primavera Árabe en Libia, Siria, Yemen e incluso Egipto. La gran lección de los levantamientos árabes de 2011 se ha vuelto en su contra en la ecuación política argelina. La persistencia de los regímenes autocráticos o dictatoriales, que debían considerarse un riesgo sistémico de desbarajuste revolucionario, vuelve a verse como una protección frente a los escenarios caóticos a que pueden llevar los levantamientos populares contra la dictadura y por la democracia.

El riesgo de no cambiar, ni siquiera a una alternancia aparente en el seno del sistema, es sin duda revolucionario. Parte de las élites argelinas rechaza alentar ese riesgo, no en vano el país ya sufrió el caos de una insurrección, finalmente derrotada, la de los islamistas radicales. Dicha elite empuja el sistema a alejar el horizonte de su enfoque prospectivo. Todos los indicadores apuntan a una vuelta progresiva del riesgo de insurrección popular en los próximos años. Con el nivel actual del precio del barril, las reservas de divisas continuarán bajando hasta desaparecer en 2021. La capacidad de endeudamiento exterior vuelve a ser escasa, debido a la preocupante falta de renovación de las reservas probadas de hidrocarburos convencionales. El déficit presupuestario ya no podrá financiarse por medio de la emisión de moneda –como se hace actualmente– más allá de 2020 sin provocar un shock inflacionista. Las inversiones del sector privado, demasiado débiles por las limitaciones que impone un “chantaje” político –parecido al del fin de la etapa del tándem Ben Ali-Trabelsi en Túnez– no permiten afrontar al aumento del desempleo. Además, la población tendrá que soportar un sistema de poder basado en la impunidad de los más corruptos. Un factor desencadenante de ruptura ciudadana inmensurable. El caso de Chakib Jelil, el ex poderoso ministro de Energía (2000-2011), citado ante el tribunal de Milán por el mega escándalo de sobornos del grupo italiano Eni-Saipem es todo un indicador. Cercano a Buteflika, pudo regresar a Argelia en 2016 tras huir de una orden de detención dictada por el tribunal de Argel en 2011. Los colosales gastos en infraestructuras de los años 2000 (autopista Este-Oeste, trasvases hidráulicos, centrales eléctricas, puertos y aeropuertos, edificios públicos…) generaron cientos de millones de dólares de sobornos reconocidos en las diligencias judiciales argelinas. Ningún alto cargo, casi siempre citado en los procesos, fue jamás condenado.

Los ingredientes sociales y morales para una próxima ruptura brutal del consenso argelino actual –basado en una redistribución social por parte del poder político de la renta energética, cada vez más amenazada– están servidos. El sistema de poder argelino calcula que falta mucho para que llegue ese punto de ruptura; que la continuidad con Buteflika, aunque enfermo y ausente, es una póliza de seguro contra ese riesgo, y que las soluciones para enderezar la curva de degradación siguen a mano. Con semejante pronóstico optimista, es a posteriori cuando cuesta menos comprender la mecánica mal estimada del riesgo. En general, sin duda es demasiado tarde.